jueves, 19 de septiembre de 2013

Limpia orfebrería




El alumbrado júbilo de cometer
la misma herejía.
En la masacre del destino de hoy
caminamos por el secreto de su costado,
por el furtivo fragor que se muestra a tientas
cuando uno resuelve solo con la epidemia
humana que obliga hoy, siempre, a la utopía.

El hambre de lo lejos es un mal espejismo,
la carga del error es encontrarse
en el destierro de lo complejo,
buscar la furia de lo que florece
solo en la vorágine inmolada del deseo,
en la cúspide de su designio.

Victoriosos y encontrados
en el gesto leve de lo simple,
hemos hallado la clave
para vernos solo por la hoguera
del pecho, por el quilate
indecible de su joyante color.

Ni máscaras ni paredes en el rostro;
no hay verdugos hechos ni
lacerados latires.

No hay blancos velos, hielos
o monstruos en las formas
del hacer.
La ironía del estupor ha caído y cae
en lo frágil de otras gracias.

Hemos erradicado la distancia vulgar
más allá del temor y de lo que gira
negro en los tiempos de derrota.

Donación de latido,
la orfebrería limpia
de acariciarse a puro pulso.

Hemos sabido ver
la medida de nuestro círculo ardiente,
la calle por donde el paisaje
interior muestra su horizonte.

Sentados en el verde de nuestra raíz
descansamos sedientos el ojo
conjunto en el deposito mago
de las estrellas, en el anclaje de acierto
de su luz.

El alba, el astro y el pájaro a la vista
también proveen para que
se fragüen las plumas
de nuestro vuelo.

La flor, la estación de la mano
siempre a la espera,
la escala de sudor antes de un entero beso
te pueden otorgar la quimera
de un sitio propio, el documento
Indeleble de una rayana visión,
Un destino de pétalos a lo largo
De tus ojos, como el que se ha posado
En los míos, y también en este poema.





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