Todos
somos víctimas
del
azar a la sombra
de la víspera.
Arena de
la arena
y el
dios en el fondo
como
abstracta brecha,
como
bruma y viejo
humo; sin
embargo, el día
se
compadece entre puertas
inmediatas,
entre lo que armamos
tenuemente
por el círculo
de la expectativa.
Ver una
flor, un hilo de aire
entre
el hospicio de las formas,
un pequeño
enhebrar en las agujas
del incierto
sin ojal.
Encontrarse
entre la furia de lo vivo
es ver
el misterio en la nimiedad, ver
la raíz
no en la letanía ni en el hambre
de lo
utópico, sino el lo que abriga
a la
mano, en lo que a primera
percepción
ilumina: la madre
Intocable
por entera donación;
el
niño, su vuelo y todo
su invulnerable
adelante;
Una
mujer; el vino; un acierto;
La obcecada
valentía inmemorial
aun en
la intempestad de la duda.
Encontrarse
en vida es hojear el alba.
Pese a
todo undir
y vetos
de ser,
hay que
forjar la hoja de adentro,
hacerse
luna y valle
al son
de la intemperie.
Verse en
horizonte es
Saber que
es él animal
y sospecha,
la cuerda
floja por
donde nos
Cantamos
y disolvemos,
marea del
adentro
entre suciedades
y visión.
Encontrarse
y verse es
saberse
semilla en lo
crudo del
paisaje.
Enclavarse
en la sangre
dada y
mirar con sensibilidad,
así es
como uno se halla,
acopiando
la estética en el
repaso de
lo simple,
observando
lo que se yergue
como dorada
confesión al alcance,
lugar exacto
donde la vida se limpia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario