viernes, 27 de noviembre de 2009

Tapujo de caretas

Y todo, pero todo
El prefacio del canon
Sin núcleo primigenio.

No hay rastro

Sólo tráfagos psicóticos
De a-coordenadas adheridas,
Sólo ambiguos eclecticismos
Izando tapujos de caretas empotradas.

¡Oh, si! Soy la inmensidad
De la evanescencia desnuda,
El gran cántaro de voces de polvareda,
El extenso ademán escupiendo
Denominaciones extraviadas.

Oh, si,
Estoy perdido sin mí,
Corrido por mis axiomas licuefactos,
Por mi fosilizadas
Heterogeneidades indisolubles.
Si, soy la amorfa alinealidad
Corrida por el eterno retorno
De mis petrificados
Ramilletes innominables;
E indefectiblemente esto me desespera,
Pues sé que en esta
Frenética corrida circular
No hay parates,
No hay trazos de alivio,
Sólo terrenos cercados
Sin ningún escaparate,
Sin ninguna salida,
Sin ninguna puerta
Hacia el alivio
Del lugar SIN MUNDO

martes, 17 de noviembre de 2009

Trabalenguas !in-aconsejable!

A lo largo de la histórica saga de metafísica mudicidad terrestre, el lenguaje a tenido y sigue teniendo sentido y utilidad gracias al ambage escurridizo de nuestro innominable interioridad implícita,
pues si podríamos mostrar en el decir el hablar entendido de nuestra interioridad IMPLICITA , el lenguaje en sí ya no tendría sentido, puesto que es él quien intenta, ancestralmente, revelar la fuerza de la ambigüedad adherida de la universalidad peculiar que se aloja en el contenido de cada individuo sin excepción, pues no hay yo semejantes, ni ninguno de éstos que pueda explicar la identidad de la substancialidad subjetiva del otro.
Es, entonces-a mi entender- el intento de entender la interioridad implicita, el manantial que mantiene al lenguaje activo, curioso, vehemente, despierto, vivo, que lo mantiene como constructo de traslación de interpretaciones que ayudan a palear, mínimamente, el espejismo del devenir, el timorato habitar sin certezas; que ayudan a palear la muda azarocidad ininterrumpidamente viniendo, naciendo como correlatada escala de herméticos símbolos.
Ahora bien, si el lenguaje es la traslación de nuestra universalidad peculiar salida de nuestra identidad substancialmente subjetiva, encallada éstas- la subjetividad, la peculiaridad- en el manantial de nuestra implícita interioridad , el lenguaje-indefectiblemente- a lo largo del tiempo aportará multifacéticas gamas emocionales, lo que llevará a que el lenguaje nunca deje de sumar nuevos símbolos a sus
Ya emblemas acumulados, acumulando así nuevos formatos de originalidad interpretativa a la repetición del tiempo mudo ininterrumpidamente viniendo, y ¿para qué servirá toda esta originalidad?, sería aquí la pregunta y respondo: en principio para calmar un poco la historicidad de la incertidumbre que nos persigue rauda sin abatatamientos visibles, sin revoleo de certezas en el talante acéfalo de sus señas simbólicas.

En esta suma de interpretaciones al revoleo acéfalo de la incertidumbre visiblemente in-abatatable, el lenguaje poético es el que mejor muestra el decir de nuestra implícita interioridad hablada, puesto que éste, a parte de romper con los petulantes dogmatismos de severa veracidad de la ciencia y la religión, aportan datos del rocambolesco sustrato del inconsciente, lo que ayuda al sujeto a liberarse del peso de los arquetipos canonizados del afuera que se plasman incómodamente en nuestro adentro, adentro formado por la indómita puricidad visceral de nuestras pulsiones afectivas y emocionales que son, a saber, el campo siempre naciente para la reproducción y renovación del lenguaje, que paralelo a su crecimiento no sólo se depura la mudicidad de la metafísica histórica saga terrenal, sino también la definición inconclusa de nuestro entender de la interioridad implícita que, supongo, el día que cada cual la defina no hará falta siquiera decir una sola palabra, será únicamente quien hable, para ese entonces, el mostrar revelado de nuestra definición interior dicha sin la necesidad del habla del lenguaje del simbólico.

En resumen, lo que quiero decir con todo esto es que es difícil encontrarnos en nuestro simbólico decir y mucho más complicado entender la unicidad del entender de nuestra propia interioridad adherida, pues la gesta de su manantial estuvo y está en manos de la universalidad indecible del decir originario, y para llegar a abatatar y mostrar lo inconcluso de lo indeciblemente primigenio es necesario hablar y hablar y así entendiendo de a poco la universalidad peculiar del manantial de la interioridad- que es simetría del decir mudo de lo primigenio- poder, finalmente, ¡callarnos!

lunes, 16 de noviembre de 2009

Patinando en el avance de lo quieto

El pie fuera del paso
Avanza a trote nulo
Por la ensanchadora
Del centímetro trizado,
Por la ambigua senda
Del trazo dislocado.

Nulo trote avanza a la inversa
Como brillo de musa ranqueante.
Trote nulo por el barro suelto
Que derrama el hondo peso
De la hule aletargada,
Peso conciso de mano abierta
De impulso de pelambre de piedras,
Peso de vértigo de tuétano empinado,
De hondo tuétano de vértigo
De garganta desfondada,
De proterva garganta
Escupiendo al pasar
Jinetes de temple de brasa,
Jinetes lanzadores
De torvas brasas súbitas

¡DUROS GINETES DE PESO DE MANO ABIERTA DE VÉRTIGO!

Sin embargo ¡avanza el piecito quieto fuera del paso!
Avanza atropellando dislocadas quietudes
De trazos de hule aletargada,
Atropellando sendas de mano de impulsos de piedra,
Llevando por delante el duro derrame de la musa trizada

¡Avanza el trote nulo
De pies sin pasos!

Avanza por el centímetro inverso
Del ranqueante brillo del trazo de la musa,
Por la ensanchadora ambigua
De la pelambra de piedras;
Avanza con el movimiento de la quietud
Del trote nulo,
Avanza por el tuétano empinado
Del temple de la braza,
Por los brazos de vértigo
De la proterva de jinetes,
Por la garganta desfondada
Del tuétano de la senda dislocada

¡Avanza y avanza el pasito!

Avanza a paso nulo de trayecto desfondado
Avanza por el espejismo resbaladizo
Del horizonte de tuétano
De derrame de trizas,
Avanza como quien avanza
Con el trote conciso
De la neutralidad del paso,
Con la neutralidad de la quietud
Del impulso a la inversa,
Con el impulso empinado
De la garganta abierta
De peso pesado de tuétano
De piedra correlatada,
De correlatada pelambre
De manos de braza de jinete
Quemando la senda del centímetro,
Quemado el centímetro de la senda,
Que-indefectiblemente-
Dejando al pie fuera del paso,
Al pie sin paso
En
la
quemadura
avanzada
De
la
ensanchadura
de
La
senda
nula

viernes, 13 de noviembre de 2009

Pata pateada al perímetro exterior del sin mapa

Otra vez el bufido
De la pata encajada
En la puta saga descentralizada
De lo árido.
Otra vez pata a pata
En el centro abstracto del sin mapa,
En la periferia muda
De la neblina de cemento.
Otra vez pata afuera
Caminando por el
Perímetro asfáltico
De la reja abismada,
Por el aguijón de ortiga
De la senda acéfala.
Otra vez pata a pata
Por el camino de huella sin huída;
Pata sin escape por el centro
De la neblina abismada,
Por la periferia de la reja sin huella,
Por el cemento abstracto de la saga sin mapa,
Por el encajado bufido de la senda colapsada.

Esta es la paradoja historia
De la pata pateada
Al dentre vertiginoso
De la pendiente sin manija,
Al negro dentre del fondo
Descerebrado de cimiento,
A la inconclusa trayectoria
De la fronda de Magoya,
Al agujero ladeado del tumbo envueltado.

Esta es la gran historia
De la pata pateada
Al fondo del cimiento
De la pendiente descerebrada de manija,
A la trayectoria ladeada
De la huella acéfala de Magoya,
Al centro encajado de la neblina
De reja de cemento con manija
De aguijón de ortigas

¡Pata de cabra
Nula es esta pata!

Pata a tientas
Malabareando
En el largo camino
De un paso a otro.

Pata ciega encajada
En el largo centímetro mudo
Del silencio hablado
Del asfalto de mapa
De reja abismada,
De reja envueltada
De cimientos de
Huella de aguijón
De ortiga,

Pata encajada
en el camino de aguijón
Sin manijas de huellas
De huida,
En la periférica trayectoria
De centímetro de neblina.

Pata de cimiento de ortiga
Pisando en el cemento
Del tumbo abismado,
Del gran tumbo envueltado
De descerebrado
Mapa colapsado.

Pisando el gran centímetro
cenntral del mapa sin mapa,
Del mapa completo de saga abstracta,
De saga central
De trayectoria sin huida,
Sin ni siquiera huella periférica
De pendiente ladeada.

martes, 10 de noviembre de 2009

Monte centímetro viniendo

(dedicado al lacerado por el progreso, al abiertamente encerrado)


Anímese:!monte el tembladeral!
No deje que el corcoveo
Del martillazo en ascenso
Arruine la orfebrería fina
Del ensillado malabar.
Subir para salir
De la huida inexistente
Del adentro no se puede,
Por eso ¡monte la lija
De la deriva empinada!
¡Dese maña para la artimaña
Del ríspido centímetro viniendo!
¡Monte que el derrumbe no se cae!
Lo que se derrumba es usted
Si lo agarra el movimiento de lo quieto.
¿Alguna vez vio como queda
El derrumbado por el movimiento de lo quieto?
Queda como significante difuminado
En el amplio borrador del sujeto,
Como cobarde gueto
En la periferia de la mancha descartada,
Como tumbo rodado de calavera pateada,
Como mendigo manoseado de atropello,
Como banana detenida ante el trote de elefantes.

Por eso ¡monte el tembladeral!
¡Corra, señor! Corra por larga horca del centímetro
Que por ahí con el impulso,
Por ahí con el ajetreo del movimiento
Tiene la suerte de cortar la soga.
Por eso ¡monte el puto tembladeral!
¿O quiere, usted, quedar como
Calavera pateada hacia la periferia
De la mancha descartada,
Como trémulo bocinazo de banana
Ante el amplio centímetro
del elefantino trote viniendo?.

¡Monte monte!
Ensille el malabar,
Que la muerte no está
En el ensayo pavoroso del ladeo,
Sino en ser
Calavera de mendigo QUIETO
Comiendo una banana atropellada
En medio de la
Pateada mancha periférica.

domingo, 8 de noviembre de 2009

Madre e hija: desde una mirada de felpudo

Ah!! Y yo?
Yo justo
En el jaspe muerto
De la plegaria sin huida,
En el centro dopado
Del paisaje trastabillado,
En la corcoveada crónica
De la patada de espuela.
Para ser más claro, en el centro
Puntiagudo de la voleadura de la puerta.
¡!Sii!! Yo del otro lado de la puerta
De la vivida imaginada casa
Muerta hace ya seis años,
Yo de su otro lado
Pelando la fisicidad, volviéndola felpudo,
tornandola felpudo
espiando por la hendija
Baja de su maldita puerta.

¡Felpudo biónico quería ser yo! (y a la larga lo logré)
Aunque fuera alfombrilla de patada
De espuela trastabillada
Corcoveando en la cabalgadura
Muerta de la plegaria
Del paisaje sin huída,
Aunque sea crónica anunciada
De un felpudo dopado
De tanto tiempo allí clavado.

Aunque sea un felpudo nomás.
A mi me alcazaba con ser
Felpudo biónico
Tarareando pasos de furtiva
Retina,
Tarareando pasos de ojos
Para estar allí:
Justo donde había quedado
Mi yo hallado
Mi imaginado yo hallado
Hace seis años,
Justo donde estaba
La vitalidad del lenguaje
De mi decir, que estaba
Perdido ahora en el jaspe
Muerto de la plegaria
Sin huida del felpudo,
Del felpudo clavado,
Acalorado, petrificado
Del otro lado la puerta que vislumbraba
Crónicas de patadas de espuela,
Que tarareaba corcoveos
De voleaduras puntiagudas;
Justo donde estaba toda
La fronda voraz de mis
Pistoneadas quiméricas,
Donde estaba mi proyección de
Yo y ella adentro de la
Maldita puerta
De cerradura, ahora,
De voleadura de espuelas;
Donde estaba
Mi unicidad de paisaje
De decir hallado,
Donde estaba el paisaje imaginado
De yo y ella como fisicidad
De lenguaje sin agujeros
De migajas,
Como ficisidad de lenguaje
que nos revelaba en siete palabras:
“Yo y ella adentro de la casa”.
¡Puto lenguaje muerto este!
Pues soy hoy, yo, ojos de felpudo biónico,
Metamorfoseada fisicidad
Hecha felpa biónica,
Súper héroe de felpa inhallada
Observando furtivo
A ellas-dos-,
Desde abajo
De la puntiaguda
Puerta de cerradura
De voleadura

¡Inabrible!

jueves, 5 de noviembre de 2009

El niño proletario

El niño proletario

Desde que empieza a dar sus primeros pasos en la vida, el niño proletario sufre las consecuencias de pertenecer a la clase explotada. Nace en una pieza que se cae a pedazos, generalmente con una inmensa herencia alcohólica en la sangre. Mientras la autora de sus días lo echa al mundo, asistida por una curandera vieja y reviciosa, el padre, el autor, entre vómitos que apagan los gemidos lícitos de la parturienta, se emborracha con un vino más denso que la mugre de su miseria.
Me congratulo por eso de no ser obrero, de no haber nacido en un hogar proletario.
El padre borracho y siempre al borde de la desocupación, le pega a su niño con una cadena de pegar, y cuando le habla es sólo para inculcarle ideas asesinas. Desde niño el niño proletario trabaja, saltando de tranvía en tranvía para vender sus periódicos. En la escuela, que nunca termina, es diariamente humillado por sus compañeros ricos. En su hogar, ese antro repulsivo, asiste a la prostitución de su madre, que se deja trincar por los comerciantes del barrio para conservar el fiado.
En mi escuela teníamos a uno, a un niño proletario.
Stroppani era su nombre, pero la maestra de inferior se lo había cambiado por el de ¡Estropeado! A rodillazos llevaba a la Dirección a ¡Estropeado! cada vez que, filtrado por el hambre, ¡Estropeado! no acertaba a entender sus explicaciones. Nosotros nos divertíamos en grande.
Evidentemente, la sociedad burguesa, se complace en torturar al nino proletario, esa baba, esa larva criada en medio de la idiotez y del terror.
Con el correr de los años el niño proletario se convierte en hombre proletario y vale menos que una cosa. Contrae sífilis y, enseguida que la contrae, siente el irresistible impulso de casarse para perpetuar la enfermedad a través de las generaciones. Como la única herencia que puede dejar es la de sus chancros jamás se abstiene de dejarla. Hace cuantas veces puede la bestia de dos espaldas con su esposa ilícita, y así, gracias a una alquimia que aún no puedo llegar a entender (o que tal vez nunca llegaré a entender), su semen se convierte en venéreos niños proletarios. De esa manera se cierra el círculo, exasperadamente se completa.

¡Estropeado!, con su pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo y los periódicos bajo el brazo, venía sin vernos caminando hacia nosotros, tres niños burgueses: Esteban, Gustavo, yo.
La execración de los obreros también nosotros la llevamos en la sangre.
Gustavo adelantó la rueda de su bicicleta azul y así ocupó toda la vereda. ¡Estropeado! hubo de parar y nos miró con ojos azorados, inquiriendo con la mirada a qué nueva humillación debía someterse. Nosotros tampoco lo sabíamos aún pero empezamos por incendiarle los periódicos y arrancarle las monedas ganadas del fondo destrozado de sus bolsillos. ¡Estropeado! nos miraba inquiriendo con la cara blanca de terror
oh por ese color blanco de terror en las caras odiadas, en las fachas obreras más odiadas, por verlo aparecer sin desaparición nosotros hubiéramos donado nuestros palacios multicolores, la atmósfera que nos envolvía de dorado color.
A empujones y patadas zambullimos a ¡Estropeado! en el fondo de una zanja de agua escasa. Chapoteaba de bruces ahí, con la cara manchada de barro, y. Nuestro delirio iba en aumento. La cara de Gustavo aparecía contraída por un espasmo de agónico placer. Esteban alcanzó un pedazo cortante de vidrio triangular. Los tres nos zambullimos en la zanja. Gustavo, con el brazo que le terminaba en un vidrio triangular en alto, se aproximó a ¡Estropeado!, y lo miró. Yo me aferraba a mis testículos por miedo a mi propio placer, temeroso de mi propio ululante, agónico placer. Gustavo le tajeó la cara al niño proletario de arriba hacia abajo y después ahondó lateralmente los labios de la herida. Esteban y yo ululábamos. Gustavo se sostenía el brazo del vidrio con la otra mano para aumentar la fuerza de la incisión.
No desfallecer, Gustavo, no desfallecer.
Nosotros quisiéramos morir así, cuando el goce y la venganza se penetran y llegan a su culminación.
Porque el goce llama al goce, llama a la venganza, llama a la culminación.
Porque Gustavo parecía, al sol, exhibir una espada espejeante con destellos que también a nosotros venían a herirnos en los ojos y en los órganos del goce.
Porque el goce ya estaba decretado ahí, por decreto, en ese pantaloncito sostenido por un solo tirador de trapo gris, mugriento y desflecado.
Esteban se lo arrancó y quedaron al aire las nalgas sin calzoncillos, amargamente desnutridas del niño proletario. El goce estaba ahí, ya decretado, y Esteban, Esteban de un solo manotazo, arrancó el sucio tirador. Pero fue Gustavo quien se le echó encima primero, el primero que arremetió contra el cuerpiño de ¡Estropeado!, Gustavo, quien nos lideraría luego en la edad madura, todos estos años de fracasada, estropeada pasión: él primero, clavó primero el vidrio triangular donde empezaba la raya del trasero de ¡Estropeado! y prolongó el tajo natural. Salió la sangre esparcida hacia arriba y hacia abajo, iluminada por el sol, y el agujero del ano quedó húmedo sin esfuerzo como para facilitar el acto que preparábamos. Y fue Gustavo, Gustavo el que lo traspasó primero con su falo, enorme para su edad, demasiado filoso para el amor.
Esteban y yo nos conteníamos ásperamente, con las gargantas bloqueadas por un silencio de ansiedad, desesperación. Esteban y yo. Con los falos enardecidos en las manos esperábamos y esperábamos, mientras Gustavo daba brincos que taladraban a ¡Estropeado! y ¡Estropeado! no podía gritar, ni siquiera gritar, porque su boca era firmernente hundida en el barro por la mano fuerte militari de Gustavo.
A Esteban se le contrajo el estómago a raíz de la ansiedad y luego de la arcada desalojó algo del estómago, algo que cayó a mis pies. Era un espléndido conjunto de objetos brillantes, ricamente ornamentados, espejeantes al sol. Me agaché, lo incorporé a mi estómago, y Esteban entendió mi hermanación. Se arrojó a mis brazos y yo me bajé los pantalones. Por el ano desocupé. Desalojé una masa luminosa que enceguecía con el sol. Esteban la comió y a sus brazos hermanados me arrojé.
Mientras tanto ¡Estropeado! se ahogaba en el barro, con su ano opaco rasgado por el falo de Gustavo, quien por fin tuvo su goce con un alarido. La inocencia del justiciero placer.
Esteban y yo nos precipitamos sobre el inmundo cuerpo abandonado. Esteban le enterró el falo, recóndito, fecal, y yo le horadé un pie con un punzón a través de la suela de soga de alpargata. Pero no me contentaba tristemente con eso. Le corté uno a uno los dedos mugrientos de los pies, malolientes de los pies, que ya de nada irían a servirle. Nunca más correteos, correteos y saltos de tranvía en tranvía, tranvías amarillos.
Promediaba mi turno pero yo no quería penetrarlo por el ano.
—Yo quiero succión —crují.
Esteban se afanaba en los últimos jadeos. Yo esperaba que Esteban terminara, que la cara de ¡Estropeado! se desuniera del barro para que ¡Estropeado! me lamiera el falo, pero debía entretener la espera, armarme en la tardanza. Entonces todas las cosas que le hice, en la tarde de sol menguante, azul, con el punzón. Le abrí un canal de doble labio en la pierna izquierda hasta que el hueso despreciable y atorrante quedó al desnudo. Era un hueso blanco como todos los demás, pero sus huesos no eran huesos semejantes. Le rebané la mano y vi otro hueso, crispados los nódulosfalanges aferrados, clavados en el barro, mientras Esteban agonizaba a punto de gozar. Con mi corbata roja hice un ensayo en el coello del niño proletario. Cuatro tirones rápidos, dolorosos, sin todavía el prístino argénteo fin de muerte. Todavía escabullirse literalmente en la tardanza.
Gustavo pedía a gritos por su parte un fino pañuelo de batista. Quería limpiarse la arremolinada materia fecal conque ¡Estropeado! le ensuciara la punta rósea hiriente de su falo. Parece que ¡Estropeado! se cagó. Era enorme y agresivo entre paréntesis el falo de Gustavo. Con entera independencia y solo se movía, así, y así, cabezadas y embestidas. Tensaba para colmo los labios delgados de su boca como si ya mismo y sin tardanza fuera a aullar. Y el sol se ponía, el sol que se ponía, ponía. Nos iluminaban los últimos rayos en la rompiente tarde azul. Cada cosa que se rompe y adentro que se rompe y afuera que se rompe, adentro y afuera, adentro y afuera, entra y sale que se rompe, lívido Gustavo miraba el sol que se moría y reclamaba aquel pañuelo de batista, bordado y maternal. Yo le di para calmarlo mi pañuelo de batista donde el rostro de mi madre augusta estaba bordado, rodeado por una esplendente aureola como de fingidos rayos, en tanto que tantas veces sequé mis lágrimas en ese mismo pañuelo, y sobre él volqué, años después, mi primera y trémula eyaculación.
Porque la venganza llama al goce y el goce a la venganza pero no en cualquier vagina y es preferible que en ninguna. Con mi pañuelo de batista en la mano Gustavo se limpió su punta agresiva y así me lo devolvió rojo sangre y marrón. Mi lengua lo limpió en un segundo, hasta devolverle al paño la cara augusta, el retrato con un collar de perlas en el cuello, eh. Con un collar en el cuello. Justo ahí.
Descansaba Esteban mirando el aire después de gozar y era mi turno. Yo me acerqué a la forma de ¡Estropeado! medio sepultada en el barro y la di vuelta con el pie. En la cara brillaba el tajo obra del vidrio triangular. El ombligo de raquítico lucía lívido azulado. Tenía los brazos y las piernas encogidos, como si ahora y todavía, después de la derrota, intentara protegerse del asalto. Reflejo que no pudo tener en su momento condenado por la clase. Con el punzón le alargué el ombligo de otro tajo. Manó la sangre entre los dedos de sus manos. En el estilo más feroz el punzón le vació los ojos con dos y sólo dos golpes exactos. Me felicitó Gustavo y Esteban abandonó el gesto de contemplar el vidrio esférico del sol para felicitar. Me agaché. Conecté el falo a la boca respirante de ¡Estropeado! Con los cinco dedos de la mano imité la forma de la fusta. A fustazos le arranqué tiras de la piel de la cara a ¡Estropeado! y le impartí la parca orden:
—Habrás de lamerlo. Succión—
¡Estropeado! se puso a lamerlo. Con escasas fuerzas, como si temiera hacerme daño, aumentándome el placer.
A otra cosa. La verdad nunca una muerte logró afectarme. Los que dije querer y que murieron, y si es que alguna vez lo dije, incluso camaradas, al irse me regalaron un claro sentimiento de liberación. Era un espacio en blanco aquel que se extendía para mi crujir.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Era un espacio en blanco.
Pero también vendrá por mí. Mi muerte será otro parto solitario del que ni sé siquiera si conservo memoria.
Desde la torre fría y de vidrio . De sde donde he con templado después el trabajo de los jornaleros tendiendo las vías del nuevo ferrocarril. Desde la torre erigida como si yo alguna vez pudiera estar erecto. Los cuerpos se aplanaban con paciencia sobre las labores de encargo. La muerte plana, aplanada, que me dejaba vacío y crispado. Yo soy aquel que ayer nomás decía y eso es lo que digo. La exasperación no me abandonó nunca y mi estilo lo confirma letra por letra.
Desde este ángulo de agonía la muerte de un niño proletario es un hecho perfectamente lógico y natural. Es un hecho perfecto.
Los despojos de ¡Estropeado! ya no daban para más. Mi mano los palpaba mientras él me lamía el falo. Con los ojos entrecerrados y a punto de gozar yo comprobaba, con una sola recorrida de mi mano, que todo estaba herido ya con exhaustiva precisión. Se ocultaba el sol, le negaba sus rayos a todo un hemisferio y la tarde moría. Descargué mi puño martillo sobre la cabeza achatada de animal de ¡Estropeado!: él me lamía el falo. Impacientes Gustavo y Esteban querían que aquello culminara para de una buena vez por todas: Ejecutar el acto. Empuñé mechones del pelo de ¡Estropeado! y le sacudí la cabeza para acelerar el goce. No podía salir de ahí para entrar al otro acto. Le metí en la boca el punzón para sentir el frío del metal junto a la punta del falo. Hasta que de puro estremecimiento pude gozar. Entonces dejé que se posara sobre el barro la cabeza achatada de animal.
—Ahora hay que ahorcarlo rápido —dijo Gustavo.
—Con un alambre —dijo Estebanñ en la calle de tierra don de empieza el barrio precario de los desocupados.
—Y adiós Stroppani ¡vamos! —dije yo.
Remontamos el cuerpo flojo del niño proletario hasta el lugar indicado. Nos proveímos de un alambre. Gustavo lo ahorcó bajo la luna, joyesca, tirando de los extremos del alambre. La lengua quedó colgante de la boca como en todo caso de estrangulación.



Osvaldo Lamborghini


O

Yo de cero en el todo

Y yo y mi cero
Entre aglomerados
De ceguera
Entre imágenes simétricas
Pauperizando la estética

Y yo y mi cero desesperado
Buscando la imposible puerta
Que me saque del todo

Y yo y yo sin mi yo
Con todos los ceros a cuestas
Entre músicas de rostros sin notas
Entre trozos volátiles
De nombres sin carne

Y las bocas, las bocas
De mis ceros sin mí
Vomitando cocktiles peñascos
De alma anochecida
Arrancados pelos vomitados
De mi corazón en efigie negra

Y yo yo
Yo sin mí
En la estética muerta
Del todo sin puerta

Ausente yo sin mí
Con mis brazos
Exasperados de ceros
Golpeando la
Puerta que no existe

De
Cero
Yo
varado
En
El
Todo
cerrado
Sin

lunes, 2 de noviembre de 2009

Hermandad

A José Luis Larroca

Nunca había visto
En el mirar el decir
Tan claro de su
Diáfana interioridad hablada,
Yo venía, encima, jodido,
Con toda la oscuridad universal a cuestas,
Amasando depuraciones
De pesos de trozos de puentes
Clavados en la médula de la inocencia;
Tautológicos trozos violentos
Viniendo desde la historicidad
Primera del íntimo fuero,
Viniendo como olas de océano
Circularmente picado,
Como pistones de navajas con voces
De filo enervado,
Como enfática indivisibilidad
Asfixiada de ancla de naufrágio.

Era yo, en ese tiempo,
Arrancado vástago de infancia
Posado en el pináculo letano del olvido.
Algo así como un niño desmembrado;
Llorado de más, maduro de abandono.
Algo así como un niño carcomido
Hasta el tuétano piramidal de la sangre,
Hasta la médula de la puricidad inhallable.

Habían hecho un buen trabajo,
Una indefectiblemente malo, bah..
A esa altura ya tenía rostro
De aspereza de infancia momificada;
A esa altura fue cuando por primera vez
Nos encontramos de frente;
Fue en un viaje.
Íbamos a vivir juntos.
Así lo había decidido nuestras madres.
El contraste natal era ostensible:
El pelado, el defenestrado,
El aletargado con silbidos edificados
De trozos de puentes correlatados colgados
Del esqueleto de la sangre desdentada,
El harapiento plagado de bajas de inocencia
El abortadamente aniquilado sentado frente a él,
Sentado frente al mostrar de su interioridad
Dicha por su mirada hablada.
Súbitamente obnubilado
Frente al colorido radical de
Su talante autóctono,
Frente a la clarividencia inabordable
De su implícito manantial genético.

Ese punta pie inicial,
Ese viaje fue duro:
En desenfreno de mi oscuridad embutida,
La impresión dudosa de mis ojos exiliados,
El extravío nítido de mi rostro embaucado
Se entremezclaba con la desmesura
De su hilaridad diáfana.
Sin embargo, ese manifiesto contraste
De los intrínsecos cánones fue sólo
Un ilusorio laberinto,
Pues han pasado diez años
Y no se ha gestado una amistad,
Sino una hermandad encarnizada;
Hermandad hilvanada por
La orfebrería de su artística
Contención sistemática ,
Por el balancín esencial
De su luz paciente,
Por la inamovible sucesión
De sus brazos abiertos,
Por el contagio de su fe y fuerza poética,
Que son con las que hoy escribo este poema,
Que son las que me mantiene en pie,
Las que me sostienen aquí:
En este cerco de vanguardia de ratas,
En este drástico tiempo de
ESTÓLIDOS OBLITERADOS CIRCENSES;
Que son las que me salvan de la innata
Fragmentación del pasado.
Hermandad, como decía, niqueladamente aglomerada,
Sin escenificaciones, sin teatralidades, sin vacuidades,
Sin agachadas, sin granujeadas.
Hermandad izando cimientos
De veracidad indisoluble;
Erguida bandera de hermandad
Enarbolando vehemenciales colores
De vida viva,
Colores inefables de certeza de vida viva.
Hermandad desde hace ya diez años,
Hermandad mía, hermandad suya,
Hermandad nuestra,
Hermandad perfecta,
Hermandad que nos salva
Que nos salva, a veces, hasta
De nosotros mismos