Redondo lo andante.
Entre dudas de
ontológica niebla
es hoy el asombro el
que cuaja,
la chance que oscila cerca…
Dorar el aire en la espera,
irradiar en la pátina de la
cavilación, intrepidarse
entre las sombras con
el pico de luz que acerca
el secreto de cada instante.
Vararse en el coktail del interior,
trepar por la vasija de enormes
nítidos y espejismos que esconde
el vaivén de nuestra honda huella,
nucleico brebaje de sentido
compuesto de salitre y congoja,
de herramientas magistrales de
latidos y creencia.
Fantástico el pormenor
de este criar entre guadañas
una blanca y sostenida herejía de fe,
de nutrir la vista
ante lo que evidencia
crucial lo sabio de
cada reflejo, el neto
color de lo que aún
no tiene cruz.
Lo que flamea uranio
al son de lo cercano:
corazones de la flor,
del opaco gorrión,
la elástica goma gastada
de este dedo en el teclado
con pasión.
Oscila lejos hoy
la mortaja viva
que intuyo al unísono.
Espero el sol de mañana,
la risa de lo personal
que coagula pleno en osadía,
la mujer que mira con el
elixir despampanante de la pasión,
aquel que bolea el grave estertor
del espanto.
Y el niño, el camino en él
alejando la treta del paso hueco y sudado.
Un proceso viviente que muestra
por dónde madura el gesto cabal,
el aparato noble de su orfebrería.
Resortes de quimera por sobre
el puñal de la ceniza,
el retrato en horizonte visto
desde el son maduro de
de su larga huella,
la que tapa el efecto
madre de toda herida.
Trasciendo en jerarquías
de nutrida luz,
suelto en la austera
resonancia de cada cosa,
omitiendo el bache de la renuncia,
los añejos trajines del pavor,
el juego ambiguo de la
antigua trama.
Es tiempo de rótulos de fragor, es cierto;
de contar a viva pluma
el trajín crucial de estas certezas.
Y no hay azar que se interponga,
ninguno de sus espectros inmediatos.
El encuentro con ciertas contundencias
es llanamente indeleble.
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