El alumbrado
júbilo de cometer
la
misma herejía.
En la
masacre del destino de hoy
caminamos
por el secreto de su costado,
por el
furtivo fragor que se muestra a tientas
cuando uno
resuelve solo con la epidemia
humana
que obliga hoy, siempre, a la utopía.
El hambre
de lo lejos es un mal espejismo,
la carga
del error es encontrarse
en el
destierro de lo complejo,
buscar la
furia de lo que florece
solo en
la vorágine inmolada del deseo,
en la
cúspide de su designio.
Victoriosos
y encontrados
en el
gesto leve de lo simple,
hemos hallado
la clave
para vernos
solo por la hoguera
del
pecho, por el quilate
indecible
de su joyante color.
Ni máscaras
ni paredes en el rostro;
no hay
verdugos hechos ni
lacerados
latires.
No hay
blancos velos, hielos
o monstruos
en las formas
del hacer.
La ironía
del estupor ha caído y cae
en lo frágil
de otras gracias.
Hemos erradicado
la distancia vulgar
más allá
del temor y de lo que gira
negro en
los tiempos de derrota.
Donación
de latido,
la orfebrería
limpia
de acariciarse
a puro pulso.
Hemos sabido
ver
la medida
de nuestro círculo ardiente,
la calle
por donde el paisaje
interior
muestra su horizonte.
Sentados
en el verde de nuestra raíz
descansamos
sedientos el ojo
conjunto
en el deposito mago
de las
estrellas, en el anclaje de acierto
de su luz.
El alba,
el astro y el pájaro a la vista
también
proveen para que
se fragüen
las plumas
de nuestro
vuelo.
La flor,
la estación de la mano
siempre
a la espera,
la escala
de sudor antes de un entero beso
te
pueden otorgar la quimera
de un
sitio propio, el documento
Indeleble
de una rayana visión,
Un destino
de pétalos a lo largo
De tus
ojos, como el que se ha posado
En los míos,
y también en este poema.