jueves, 27 de junio de 2013

El vaivén del poema


A mis amigos José y Ludo, que trabajan el poema con el corazón.

¿Cuándo se pierde el hábito
lírico de depurar supuestos,
aquella erudición
de pulir balances?

¿Cuándo el poeta
pierde el ejercicio
de la disponibilidad,
aquel enfrentado
entre vínculos propios
de arena y máscara?

¿Cuándo es que se parte
el color por decir del pulso,
la caladura inexorable
de cada latido?

¿Cuándo se empieza a
deshabitar el corazón
que forja la pluma?

¿Cuándo el motivo
Del decir comienza
A suplicarse?

¿Cuándo asoma
el aguijón,
el declive,
el tajo,
el temblor absorto
que nos arrastra
hasta el peldaño
de nuestro silencio,
hacia el escepticismo
que el poema no tiene?

Se pierde cuando
la vida se arrastra,
cuando la palabra,
forja destinos
por la huella de
lo obsoleto que avanza,
por lo humano que claudica:
efectos de cerrojo entre uno
Y uno dicho.

Expulsar lo remoto
que arde desde adentro
debería ser todo
canon de poema,
el vigor huérfano
que surte desde el
escándalo de la sangre,
aquel siempre izado
con cantos de vuelo
con el reflejo
De todo ala adentro.

Expulsar la creación
Con carne, con
reflejo, con alma,
con todas las miserias;
con pérdidas y abandono,
con el infierno propio, aunque
sea con nuestros
pequeños y distantes cielos.

¡Como se pueda
hay que expulsar el poema!!!
Aunque sólo seamos
categoría de claroscuros,
hombres alzados
contra el velo de nuestra
propia luz.


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