A mis amigos
José y Ludo, que trabajan el poema con el corazón.
¿Cuándo se
pierde el hábito
lírico de
depurar supuestos,
aquella
erudición
de pulir
balances?
¿Cuándo el
poeta
pierde el
ejercicio
de la
disponibilidad,
aquel
enfrentado
entre vínculos
propios
de arena y
máscara?
¿Cuándo es
que se parte
el color por
decir del pulso,
la caladura
inexorable
de cada latido?
¿Cuándo se
empieza a
deshabitar
el corazón
que forja la
pluma?
¿Cuándo el
motivo
Del decir
comienza
A suplicarse?
¿Cuándo asoma
el aguijón,
el declive,
el tajo,
el temblor
absorto
que nos
arrastra
hasta el
peldaño
de nuestro
silencio,
hacia el
escepticismo
que el
poema no tiene?
Se pierde
cuando
la vida se arrastra,
cuando la
palabra,
forja
destinos
por la
huella de
lo obsoleto
que avanza,
por lo
humano que claudica:
efectos de
cerrojo entre uno
Y uno
dicho.
Expulsar lo
remoto
que arde
desde adentro
debería ser
todo
canon de
poema,
el vigor huérfano
que surte desde
el
escándalo de
la sangre,
aquel siempre
izado
con cantos
de vuelo
con el
reflejo
De todo ala
adentro.
Expulsar la
creación
Con carne,
con
reflejo,
con alma,
con todas
las miserias;
con pérdidas
y abandono,
con el
infierno propio, aunque
sea con
nuestros
pequeños y
distantes cielos.
¡Como se
pueda
hay que
expulsar el poema!!!
Aunque sólo
seamos
categoría de
claroscuros,
hombres
alzados
contra el velo
de nuestra
propia luz.