viernes, 26 de junio de 2009

Sin palabras, o más bien con todo el don de la palabra

Camerata

Claro que siempre están los que deciden acabar, fulminar sería más exacto, con sus probabilidades de dejar algo sobre estas tierras, que agregue o, al menos, no perturbe la belleza que se expande y flota entre nuestros egoísmos, que se palpan y se tasan, se cotizan y se aman pareciera, ¿ es ?, por pura confirmación de castas ; tan naditas, tan fueguitos temerosos del soplido desafortunado que los borre sin dejar siquiera un rescoldo en el que otros se entibien, un poco aunque sea, mientras planean si asumir o no, un poco de toda la tristeza o la felicidad, da lo mismo, que en las vidrieras se posa con el convincente rigor banal de los mitos que recién empiezan a ser carne.
No creo que alguna vez el abrazo triunfe ; más creo que las lágrimas serán el último manto de este planeta. Aunque, a decir verdad, no lo pienso con esas excesivas solemnes palabras ; más bien me digo, me suelo decir : ni el gato va a quedar, ni el gato.
En fin, hay que maquillar un poco las opiniones, para que los demás no crean que uno entra a un bar o entre las piernas de una mujer con la idea de fugarse de la ¨ espesa selva virgen de lo real ¨ , aunque en rigor de verdad esto sea cierto. No hay que alimentar a la chusma, diría un alto cargo de un altísimo organismo. Es decir, antes que nada hay que fingir ante uno mismo, disimular ante nuestro propio criterio, nuestra vulgaridad asombrosa, nuestro eje de amor y de odio tan horriblemente igual, exactamente igual, al de todos. Debemos ser corteses, dicta nuestra vanidad, con toda nuestra simpatía por lo obvio. Debemos darle un cierto aire de profecía a nuestro anuncio de que mañana suplantará al hoy diciendo, por ejemplo :
¨ Ya sé que el tiempo es presente contínuo, pero en pos de la estabilidad del Todo, en pos de la cordura y el bienestar del resto, adjudico a la vasta arbitrariedad de los calendarios la razón intratable de lo natural ¨.
Qué se yo. Algo así. Algo que suene como que uno le a dado vueltas a la cosa y a encontrado el qui de la cuestión. Cotillón y trascendentalismo. Algo para que escuche el vecino y reviente de envidia. Aunque para esto, es cierto, bien sería más efectivo adquirir un cero kilómetro y estacionarlo en la vereda para pasarle un franela sutilmente humedecida con el más eficiente macabrillo. A la tardecita as perfect. Pero en fin, eso es otra cosa.
Aunque bien mirado, un nutrido patrimonio suele cumplir la función de un arduo sistema
filosófico :

Esas nubes que están ahí,
subiendo y rogando calor
para seguir creciendo,
esas nubes digo,
están ahí para cegarte
tras la experiencia que expira en humo.
Porque esas nubes son el humo,
y ese humo, entonces,
¿ me explico ?,
son el epílogo de nuestros amos,
su pieles en regalías,
sus frutos hechos con carne y
madera.
Esas nubes agrias y espesas
son la cuota de gracia
que ellos dan a la brisa derrotada.
Mientras vos disfrutas hallando rostros
y formas prodigiosas
en la marcha callada de ese humo
que se va con la memoria sucia
de tanta,
tanta hermosa tierra
que,
a decir verdad,
no da ni un poco, ni un poquito de risa.

Pero bueno, tarde o temprano, todos tenemos que lidiar con el balbuceo de nuestra boca hablando ajena a nosotros ; narrando lo que nunca fuimos capaces de hacer, pero que, en nuestra condición de YA NO PUDIENTES, es un derecho que tenemos, el de decir como verdades las cosas que perdimos por la sencilla y cruel razón de no habernos empeñado en hacerlas.
Por eso, desde la sencilla y maciza alegría que me recorre por la sencilla y maciza razón de estar viendo como se forman palabras al impactar mis dedos, constantes y seguros ( ¡ por dios, constantes y seguros ! ) sobre teclas negras, me lleno la frente de dudas y promesas imposibles y digo, me digo : ni el gato va ha quedar ; ni el gato. Y me apuro a enviar este montón de palabras a alguien porque ya es tarde y mañana hay que madrugar.


Ludovico Fonda

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