Puro y legible, el vacío.
Claro como el dintorno atroz
Del vilo enarbolado,
Como la graduación encuminada
De lo escogido que ahoga.
Límpido y ecuánime
Era el vacío esta vez.
Honda como la atonía
Del absoluto colgada
del simultaneo,
como la persecución inane
del instante abólido.
Encuadrado en el sostén franco
Del cíclico rastro en diáspora,
En la recurrencia nítida del liso
Sin cimientos, se evidenciaba
El vacío esta vez.
En la salida disuelta de lo momentáneo
En el irónico rostro de la
Permanencia inalcanzable,
En la ostentación inmune
Del espacio ingrávido estaba el vacío.
Colgado desde la índole pérfida
De las variantes deshiladas,
Desde el pavor fulminante
De la sustancia de la cornisa,
Desde el eje amotinado del
Tamiz de la asfixia, colgaba
La penuria escéptica de la
Devoción del vacío.
Recordaré este día
Como la entrada
Hacia la arrogancia de la nada,
Hacia la alforja silente de lo
Que nos conserva en la
Conflagración astrosa de lo atérido.
Lo recordaré, sí,
Lo conmemoraré como la entrada
Hacia la ontología del altercado,
Como el acceso hacia la
Intercalación mustia de lo
Que acomoda el ciclo exangüe de
La pulverización tautológica.